Llamados a ser santos

Llamados a ser santos
“Todos estamos llamados a la santidad, y sólo los santos pueden renovar la humanidad.” (San Juan Pablo II).

jueves, 4 de enero de 2018

Juan Manuel Burgos: Para comprender a Karol Wojtyla (4 de 6)


  
1.3 Amor y responsabilidad (1960)
Los estudios técnicos sobre la ética se fueron engarzando en la reflexión filosófica de Wojtyla con el análisis del amor humano, una cuestión que siempre le apasionó y que nunca abandonaría de modo definitivo. En su reflexión, su experiencia personal siempre jugó un papel fundamental que le permitió afirmar, por ejemplo, que “el concepto de persona, ‘única’ en su identidad, y del hombre, como tal, centro del Universo, nació de la experiencia y de la comunicación con los demás en mayor medida que de la lectura”[18]. Pero, a mi juicio, esto es particularmente válido para el tema del amor humano, como él mismo explica en Cruzando el umbral de la esperanza. “En aquellos años, lo más importante para mí se había convertido en los jóvenes, que me planteaban no tanto cuestiones sobre la existencia de Dios, como preguntas concretas sobre cómo vivir, sobre el modo de afrontar y resolver los problemas del amor y del matrimonio, además de los relacionados con el mundo del trabajo (…). De nuestra relación, de la participación en los problemas de su vida nació un estudio, cuyo contenido resumí en el libro titulado Amor y responsabilidad”[19].

Este texto supone un avance muy importante en la reflexión wojtyliana por dos motivos. En primer lugar porque aborda un tema nuevo y original, la relación interpersonal entre hombre y mujer, y en segundo lugar porque lo hace desde una perspectiva ya estructuralmente personalista, aunque no tan consolidada como la de Persona y acción. Apuntaremos ahora solo algunas perspectivas específicas que introduzcan el análisis del capítulo 3.

Ante todo, el punto de partida: la persona. Los estudios sobre la castidad en la ética cristiana habían estado generalmente condicionados por su perspectiva negativa, casuística y actualista[20]. En esa época la moral sexual había acabado reducida al conjunto de acciones que no se debían realizar y sobre los que la casuística daba todos los detalles necesarios. Pero este planteamiento, para Wojtyla, era insatisfactorio e insuficiente. Estaba centrado únicamente en el objeto: la sexualidad, la acción sexual, y olvidaba al sujeto. Las acciones quedaban sin referencia y se convertían en entidades autónomas justificadas por normas tendencialmente heterónomas incapaces de motivar a la persona. Y, consecuentemente, se rechazaban o se cumplían solo por temor: ¿por qué cumplir acciones regidas por leyes extrañas y ajenas a las propias vivencias?, ¿por sumisión a una ley externa?, ¿por pura obediencia a la Iglesia?

Wojtyla era consciente de que se trataba de un problema grave porque afectaba a una dimensión vital para la persona y para los fundamentos de la familia, pero tuvo la lucidez de advertir que sólo se podía superar con un replanteamiento global de la perspectiva ética. La comprensión de la sexualidad como una realidad objetivada y objetivante le confería automáticamente un carácter instrumental y externo, con el agravante de que los criterios morales que esa perspectiva generaba eran casi siempre negativos y contrarios a las tendencias del sujeto, lo cual los hacía aún más odiosos. Wojtyla entendía, por el contrario, que la moral sexual solo podría ser acogida por los hombres si la encontraban en su propio interior como un principio positivo, estimulante e integrador, no como un mero freno externo a sus tendencias. Su solución, muy original en su momento, consistió en integrar la sexualidad en la perspectiva global de las relaciones interpersonales entre el hombre y la mujer.
Planteadas las cosas de este modo, la sexualidad dejaba de ser automáticamente un mero impulso biológico, un instrumento al servicio de la reproducción, para convertirse en una tendencia humana capaz de relacionar del modo más profundo a dos personas: el hombre y la mujer. Este es, para Wojtyla, el marco adecuado para entender las relaciones sexuales: la complementariedad personal entre el hombre y la mujer, no el instinto de procreación o el mero deseo de satisfacer los impulsos sexuales. El hedonismo utilitarista, una de las corrientes éticas más extendidas, admite que el hombre y la mujer pueden “usarse” recíprocamente si esto les proporciona placer sexual. Pero para Wojtyla esta postura es degradante y destructiva. La dignidad humana, como ya señalara Kant, es contraria a cualquier tipo de instrumentalización; pero no basta con quedarse aquí porque este principio es negativo y no hace justicia a lo que realmente merece la persona. Por eso, Wojtyla eleva y transforma este imperativo negativo en una regla positiva de inspiración cristiana: la norma personalista, que sostiene que “la persona es un bien tal que sólo el amor puede dictar la actitud apropiada y valedera respecto de ella”[21].

Para Wojtyla, en definitiva, la moral sexual sólo puede entenderse en el marco de la relación interpersonal entre el hombre y la mujer regida por la ley del amor. De esa base sí puede surgir una teoría de la sexualidad comprensible, justificable e incluso estimulante. Y esa es justamente la tarea que afronta en Amor y responsabilidad. Baste decir aquí que Wojtyla –utilizando el método fenomenológico- recorre las etapas, modalidades y deformaciones del amor (concupiscencia, benevolencia, amistad, emoción, pudor, continencia, templanza, ternura, etc.) y sienta unas bases sólidas, aunque ampliables y mejorables, de una teoría personalista del amor sexual que debe confluir en el matrimonio como expresión plena de ese amor. Es de reseñar, por último, que su particular visión del matrimonio y de la familia –ahondada y reelaborada- acabaría teniendo ámbitos de aplicación tan relevantes como la Constitución Gaudium et spes, en cuya elaboración Wojtyla influyó de manera significativa, o las catequesis sobre el amor humano, predicadas por Juan Pablo II al comienzo de su pontificado, pero que corresponden en realidad a un texto escrito antes de ser elegido Sumo Pontífice.

[18] A. Frossard, No tengáis miedo, cit., p. 16.
[19] Juan Pablo II, Cruzando el umbral de la esperanza, Plaza & Janés, Barcelona 1994, p. 198.
[20] Cfr. K. Wojtyla, La experiencia religiosa de la pureza (1953), en El don del amor. Escritos sobre la familia (5ª ed.), Palabra, Madrid 2006, pp. 69-81. Este volumen recoge sus escritos significativos sobre la familia previos al pontificado.
[21] K. Wojtyla, Amor y responsabilidad, Palabra, Madrid 2011, p. 53 (en adelante AyR). Sobre el tema véase U. Ferrer, La conversión del imperativo categórico kantiano en norma personalista, en J. M. Burgos, La filosofía personalista de Karol Wojtyla (2ª ed.), Palabra, Madrid 2011.


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